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Blog acerca de la psicología de la vida cotidiana. Reflexiones en torno a porqué somos como somos, qué nos impulsa a actuar, a sentir o pensar de un modo que a veces nos sabotea y que nos mueve en el teatro del mundo.



sábado, 1 de septiembre de 2018








La vacuna contra 

el malestar emocional


Los niños han de tener mucha tolerancia 

con los adultos (Antoine de Saint-Exupery)


La frase, o el mensaje, lo he escuchado docenas de veces en múltiples variables. La madre o el padre, o ambos progenitores, diciéndome: “nosotros lo que queremos es que atienda al niño, que lo cure”. Partiendo de ese contexto ha de acometerse una ardua tarea educativa, recorrer juntos un camino buscando un banquito bajo un árbol para reunirnos, reconciliarnos, charlar y cooperar por el bienestar del niño o niña. De lo que implica sanar al niño (que sería “curar” una familia, un contexto).
A veces, con el riesgo de caer en lo conspiranoico, creo que al sistema socioeconómico no le conviene que los padres sepamos las consecuencias de nuestra parentalidad en la salud emocional de los hijos/as no sólo en este momento actual sino como una rémora que les va a acompañar toda la vida.
En la presunta sociedad de la información (que lo será, pero a veces me prefiguro la información como algo encofrado en alguna sima inaccesible), en esta postmodernidad que nos arrastra, seguimos ignorando el efecto de nuestro modo de crianza en la salud mental del menor.
Hay quien afirma, y no lo veo descaminado, que la mayor parte de la psicopatología puede explicarse como derivaciones de trastornos del vínculo de apego y como fruto de errores o negligencias en el ejercicio de la parentalidad.
Fruto del vínculo con nuestros progenitores sabemos quiénes somos, cómo es el mundo y qué cabe esperar de él, aprendemos a regularnos emocionalmente, a calmarnos, a no regirnos por impulsos a la hora de tomar decisiones, a empatizar, a relacionarnos, a amar, a criar, a afrontar los reveses de la vida sin que ello suponga nuestra destrucción o la enfermedad.
Sabemos, por el avance de las neurociencias, cómo el cerebro del niño precisa del cerebro adulto, en el marco del vínculo, para crear las estructuras y conexiones neurológicas que proveerán la base física que permitirá todo lo mencionado en el párrafo anterior. Los fallos en la crianza provocan un daño físico verificable a través de las neuroimágenes.
Así, los cuidados que recibimos en nuestros primeros años de vida, establecen cimientos, marcan un camino a seguir, indicarán de qué vamos a adolecer o de qué modo es probable que suframos. Es cierto, no obstante, que existen trastornos mentales con base en los genes (pero en algunos casos el ambiente puede determinar si esos genes se van a expresar o no, en lo que conocemos como la epigenética), que existe la resiliencia, que tenemos la posibilidad de modificar nuestro bagaje inicial… Pero no es menos cierto que lo más sencillo es la prevención, invertir en esos primeros años de vida de nuestros hijos/as es el único camino sensato.
¿Saben cuáles son las medidas del Estado de bienestar para tratar las descompensaciones emocionales de los menores? Evidentemente no la prevención, como ya sospecharán. Cuando los menores se desestabilizan emocionalmente en este país se cae en la hipermedicalización. El estado español es el tercero del mundo que más droga a los menores con psicofármacos (no hace falta ser paranoico para sospechar del lobby farmacéutico). En los centros de salud mental infanto-juveniles sigo encontrándome con que, evidentemente, no se va a la raíz del problema sino a maquillarlo. Si un niño sufre por una situación familiar caótica, sucede que no se va a resolver ese tema sino a drogarle para que ese caos no le afecte. Al modo de las películas cuando el protagonista sufre por desamor y entra a un bar de madrugada y ordena un bourbon tras otro para matar las penas: el problema está ahí, pero ya no duele, lo ha ahogado con güisqui americano.
Conocemos innumerables factores que favorecerían una crianza saludable (algunas o muchas de ellas chocan contra un sistema económico que nos exprime para que consumamos, para que sigamos trabajando para pagar estúpidas e inciertas necesidades). Es difícil enumerar todos, me limitaré a mencionar algunos: 

1. La disponibilidad emocional y temporal de una figura de apego (esto implica reducir la jornada de trabajo y posponer la consecución de logros laborales). Implica calidad y cantidad de tiempo (que no nos engañen).
2.  La buena salud mental de las figuras de apego,

3. La necesidad de una red de apoyo para los progenitores (la crianza es una tarea colectiva, existe riesgo de saturación de los padres y madres y vivimos en una sociedad cada vez más fragmentada).

4. Trabajar para vivir y no al revés.

5. Una crianza centrada en las necesidades del infante o menor y no al revés, cuantas veces existe un uso instrumental del hijo o hija para tapar carencias emocionales de los adultos.

6. Capacidad de los progenitores de mentalizar y empatizar con el/la menor.

7. Medidas sociales de apoyo veraz a la crianza (bajas maternales remuneradas y prolongadas -2 años-, medidas veraces en la conciliación laboral y familiar, horarios racionales, etc.).

No sigo, uno podría extenderse folios y folios acerca del problema. Tampoco es la idea aburrir y noto que voy poniéndome incendiario por momentos. Los menores no son champiñones que crecen solos en el medio del monte. Si un niño o niña sufre suele acontecer que conforma el corolario final de una serie de despropósitos familiares y sociales. Como progenitores hacemos lo que podemos y siempre existe margen de mejora. Es el amor por los hijos e hijas lo que nos motiva.